por: Marco Muñoz
Psicólogo CAP
Liderar una cultura resistente al fraude y la corrupción va
más allá de los eventos y las declaraciones. Implica estimular el compromiso
personal y de la organización con valores como la integridad, la honradez y el
juego limpio, pero sobre todo lograr que estos principios se expresen en
comportamientos individuales concretos como la no utilización de la información
o el poder que confiere un cargo para beneficio personal.
La integridad se manifiesta en las acciones, no se reduce a
las declaraciones públicas de integridad que haga una organización. es la
coherencia del comportamiento de los líderes y el buen ejemplo. De nada sirve
una comunicación, promoviendo los valores, el compromiso y la integridad, si en
la organización ocurren casos vergonzosos en donde empleados de confianza
defraudan y es conocido por todos los abusos de algunos jefes utilizando su
posición de autoridad.
La incoherencia entre la promesa de los líderes y lo que
realmente sucede, se evidencia desde pequeños actos de corrupción como utilización
inadecuada de material de oficina de la compañía para fines personales, hasta
comportamientos francamente corruptos como el fraude o la solicitud de coimas
para el otorgamiento de contratos.
Como sabemos hay personas y organizaciones en donde la pequeña
corrupción es aceptada tácitamente y la gran corrupción se oculta, con el
argumento de no desprestigiar la compañía ante los clientes y la sociedad pues
“la ropa sucia se lava en casa”. Consideran, además, que es aceptable ofrecer
sobornos o engañar a los clientes pues lo que importa es el resultado.
Una cultura anticorrupción se expresa en la pulcritud de los
comportamientos, en la transparencia de los procesos especialmente en áreas
sensibles como compras, selección y contratación, en donde no se tolere la
corrupción, así sea grande o pequeña. Todas las actuaciones de los directivos y
empleados con clientes, proveedores y autoridades deben demostrar en la
práctica el compromiso ético.